Extorsión: la consecuencia olvidada de la informalidad y la debilidad institucional
Por qué la informalidad y las instituciones débiles explican la persistencia de la extorsión en economías vulnerables.
La extorsión no es un hecho aislado ni un problema exclusivo de ciertas economías. Aparece, se mantiene y se adapta cuando ciertas condiciones están dadas. En particular, cuando las instituciones son débiles y buena parte de la economía funciona de manera informal, la extorsión deja de ser un problema excepcional y pasa a convertirse en una estrategia que, aunque suene duro, es racional tanto para quienes la ejercen como para quienes la sufren.
La idea de este artículo es entender, de forma sencilla cómo y por qué aparece la extorsión en estas situaciones. Vamos a mirar no solo lo que pasa hoy, sino también cómo este mecanismo ha funcionado en otros momentos de la historia. Aunque las formas hayan cambiado, la lógica es siempre la misma: cuando no hay quien garantice seguridad o protección real, otros actores ocupan ese espacio, ofreciendo seguridad a cambio de algo, pero dejando claro que si no se acepta, habrá consecuencias.
Desde los caminos y peajes de la Europa medieval hasta las calles y mercados de Lima hoy en día, la historia muestra que la extorsión es menos un accidente y más un patrón que se repite cuando fallan las reglas.
El problema general
El dilema detrás de la extorsión es, en realidad, bastante simple, aunque sus consecuencias sean complejas. Un empresario que recibe una amenaza tiene básicamente dos caminos:
Pagar lo que le exigen.
Resistirse y enfrentar las consecuencias.
En un mundo ideal, la decisión parecería obvia: resistir, denunciar y confiar en que las instituciones lo protegerán. Sin embargo, cuando el Estado es débil y no puede ofrecer seguridad efectiva, o cuando el empresario opera de manera informal y teme exponerse al sistema legal, pagar suele ser la opción menos riesgosa.
Así es como, sin necesidad de grandes conspiraciones, se configura un equilibrio que, aunque parezca injusto, funciona y se mantiene: la extorsión deja de ser algo esporádico para volverse parte cotidiana de las reglas no escritas de la economía.
Casos históricos: la misma lógica, distintos escenarios
Aunque muchas veces asociamos la extorsión con problemas modernos y urbanos, la verdad es que este fenómeno ha aparecido una y otra vez a lo largo de la historia. Las formas han cambiado, pero la lógica se repite siempre que las reglas formales fallan y otros actores ocupan ese vacío.
Europa Medieval: el peaje feudal
En la Europa del siglo XV, los comerciantes que recorrían rutas comerciales no solo temían a los asaltantes. Su mayor preocupación eran los peajes privados que imponían los señores feudales. Cada puente, camino o paso podía estar bajo el control de algún noble local que cobraba por permitir el tránsito. Aunque estos peajes eran muchas veces legales según el orden feudal, en la práctica funcionaban como mecanismos coercitivos: el comerciante pagaba no tanto por un servicio, sino para evitar represalias o bloqueos.
En un entorno donde las monarquías no garantizaban seguridad efectiva ni justicia imparcial, la opción más razonable era pagar. Resistirse podía significar perder la mercancía… o algo peor. No se trataba de un crimen en términos formales, pero desde una perspectiva económica, este sistema reproducía la lógica de la extorsión: pagar bajo amenaza, sin otra vía de protección disponible.
Fuente: Ocran, Matthew Kofi, and Matthew Kofi Ocran. "Medieval European Economies, AD 400–1500." Economic Development in the Twenty-first Century: Lessons for Africa Throughout History (2019): 133-158.
América Latina siglo XIX: caudillos y seguridad privada
En el siglo XIX, en vastas zonas rurales de América Latina, la situación no era tan distinta. Lejos de las capitales y de un Estado funcional, muchos territorios estaban bajo el control efectivo de caudillos, montoneras o autoridades locales que imponían "contribuciones" a cambio de protección. No eran impuestos legales, pero tampoco extorsión en el sentido penal. Eran pagos extraoficiales que se convertían en parte de la rutina económica: pagar para evitar represalias o para moverse con seguridad.
En este contexto, la informalidad predominaba. La mayoría de los pequeños productores operaban fuera del alcance de la ley, lo que los hacía vulnerables a sistemas de renta privada. No había a quién acudir si uno era presionado: los mismos que ofrecían “protección” eran quienes definían las reglas.
Fuente: Lynch, John. Caudillos in Spanish America 1800–1850. Oxford University Press, 1992.
Lima hoy: cupos en la economía informal
En la Lima actual, el patrón se mantiene. En muchos barrios y mercados donde la informalidad es la norma y las instituciones estatales apenas llegan, bandas criminales ofrecen “seguridad” a cambio de un pago conocido como cupo. El mensaje es claro: si pagas, trabajas tranquilo; si no, habrá consecuencias.
La lógica no ha cambiado mucho desde la época feudal o los caudillos rurales: cuando el comerciante no puede confiar en el Estado —ya sea porque no llega o porque teme exponerse por su condición informal—, pagar se vuelve la opción menos riesgosa. Para un comerciante informal, denunciar no es una alternativa: hacerlo implica enfrentar no solo a las bandas, sino también a la propia legalidad de la que está marginado.
Fuente: Ginocchio, Francesco. "Legalized extortion: A state-led governance regime to control informal street vending at Lima’s Gamarra market, Peru." Journal of Illicit Economies and Development 4.3 (2022).
El círculo vicioso
Lo más complejo de este equilibrio es que no solo se mantiene en el tiempo, sino que tiende a reforzarse. Se convierte en un círculo vicioso donde cada problema alimenta al siguiente:
Cuanta más informalidad hay, menor es el acceso real a la protección estatal.
Cuanto menor es la protección, más rentable y frecuente se vuelve la extorsión.
Cuanto más se extorsiona, más miedo y desconfianza generan tanto la formalización como las instituciones.
Así, la informalidad y la extorsión se retroalimentan, atrapando a muchas economías en un equilibrio difícil de romper. Salir de esta trampa no es sencillo y, como veremos, requiere que las políticas públicas actúen al mismo tiempo sobre ambos frentes: reducir la informalidad y reforzar la capacidad del Estado para proteger de verdad.
Simulación
Cuando analizamos la extorsión desde lejos, parece un fenómeno caótico: actos criminales dispersos, decisiones individuales, bandas organizadas, comerciantes con miedo. Pero cuando representamos el problema con un poco más de estructura, algo sorprendente sucede: aparece un patrón claro y predecible.
Lo que define si la extorsión es rentable o no —y por tanto, si se va a sostener o desaparecer— depende principalmente de dos fuerzas:
Qué tan capaz es el Estado de proteger a los comerciantes.
Qué tan informal es la economía donde esos comerciantes operan.
Imaginemos un mapa. En un eje colocamos la protección efectiva que puede ofrecer el Estado: desde un entorno sin ley, hasta una policía que funciona, jueces que actúan y consecuencias reales para los criminales.
En el otro eje, ubicamos el nivel de informalidad: desde una economía totalmente ilegal, donde nadie declara sus ingresos, hasta una red completamente formalizada donde todos los actores están dentro del sistema.
Ahora, preguntémonos: ¿en qué zonas de ese mapa la extorsión es un buen negocio?
Cada color representa cuán rentable es para un extorsionador operar en un contexto con una combinación específica de informalidad y protección.
En la esquina superior izquierda (poca protección y alta informalidad), la extorsión no solo es viable, es racional. Nadie protege al comerciante, y además, él mismo está fuera del sistema legal. ¿A quién va a acudir?
En la esquina inferior derecha (alta protección y baja informalidad), el panorama es otro. El comerciante puede denunciar. El Estado puede actuar. Y el extorsionador lo sabe. En ese contexto, extorsionar ya no vale la pena.
La línea curva negra que atraviesa el gráfico es la frontera de equilibrio. A la izquierda de esa línea, extorsionar tiene sentido económico. A la derecha, no.
Pero lo más interesante es lo que la simulación deja en evidencia:
No basta con mejorar un solo factor.
Si fortaleces a la policía, pero mantienes una economía donde el 80% de los comerciantes son informales, la extorsión seguirá siendo atractiva.
Si logras formalizar la economía, pero el sistema judicial sigue colapsado, tampoco basta.
Solo cuando ambos mejoran al mismo tiempo, la extorsión comienza a desaparecer como estrategia racional.
Este modelo no reemplaza la realidad, pero ayuda a entenderla. Explica por qué en algunas zonas, pese a múltiples operativos, las bandas regresan. Y por qué, en otras, basta con saber que la ley funciona para que no haya que pagar un “cupo” nunca más.
Conclusión
El problema de la extorsión, cuando ocurre en entornos de alta informalidad y debilidad institucional, no es simplemente un fallo de seguridad. Es un equilibrio que, aunque suene incómodo, ha acompañado a las sociedades durante siglos. Y mientras las condiciones estructurales lo permitan, seguirá apareciendo una y otra vez.
Romper este equilibrio no es cuestión de castigar más o de aumentar solo la presencia policial. Requiere actuar sobre dos frentes al mismo tiempo:
Mejorar de manera real y efectiva la capacidad de protección para quienes producen y comercian.
Reducir la informalidad, haciendo que operar dentro de la legalidad sea más fácil y atractivo que permanecer en la sombra.
Cuando estas dos piezas se mueven juntas, el equilibrio cambia. No es magia, es una corrección de incentivos. Pero mientras alguna de ellas permanezca inmóvil, la extorsión seguirá teniendo espacio para adaptarse y sostenerse.
Desde los peajes medievales hasta los cupos en las calles informales de Lima, la extorsión ha sido menos un accidente y más un resultado predecible de un equilibrio institucional mal resuelto.
Apéndice
Derivación del modelo
Para los lectores curiosos (o matemáticamente inclinados), la lógica detrás del gráfico se resume en una función sencilla:
Rentabilidad esperada del extorsionador
p: nivel de protección estatal (0 a 1)
β: nivel de informalidad (0 a 1)
Donde:
q(p,β): probabilidad de que el comerciante pague
s(p,β): castigo esperado por parte del Estado
La probabilidad de pago
Un comerciante informal (alto β) necesita más protección para animarse a resistir. Por eso el umbral crece con β.
El castigo esperado
El castigo depende de la protección del Estado, pero se anula completamente cuando la informalidad es total (β=1). Si el comerciante no denuncia, no hay castigo.
Equilibrio
La frontera de equilibrio está definida por el conjunto de puntos donde:
Esto define una curva en el espacio (p,β) que separa dos regiones:
Zona azul (rentabilidad positiva): el crimen es racional.
Zona roja (rentabilidad negativa): extorsionar no conviene
La extorsión no es un virus sin cura. Es un equilibrio. Y como todo equilibrio, se puede romper… si entendemos cómo se sostiene.